Nadie
se hace pez gordo metiendo goles. Figo lo intentó, y se rindió a un Blatter que
le encendía los puros a Havelange
Joseph Blatter |
El
fútbol también tiene bajos fondos que, naturalmente, están en la cúspide. En
sus peores noches, sus representantes deben apartar el dinero a puntapiés para
llegar hasta la cama. Ya no existen los lugares vírgenes, si descontamos
algunos goles a los que se llega después de cruzar partes del campo que se
exploran por primera vez durante esas jugadas. Cuando piensas que hay
territorios que la mano humana no ha tocado, antes o después descubres que
alguien ha escrito “joder” en una pared o ha pegado un chicle debajo de la
mesa. Ocurre cada vez más en el fútbol. Aunque en sus organizaciones
internacionales, escalar a lo más alto y sucio requiere de engorrosos trámites.
En
la FIFA nadie asciende a corrupto porque se apellide Lucchese o escupa cuando
ve a un policía. En esta organización a menudo empiezas lustrándole los zapatos
a un jefe, sin más; otro día le enciendes un puro sacándote del bolsillo una de
aquellas cajas de cerillas de los casinos de Las Vegas, donde se leía :“Venga a
jugar como esté vestido”; otro llevas un maletín de una ciudad a otra. Pasas
años realizando tareas menores, que apenas sueltan migas. A veces es necesario
que, mientras tus superiores actúan como bellísimos corruptos, tú te vuelvas un
maniático de la ley que aborrece la corrupción y pide las cosas por favor.
Conviene llevar cierto orden antes de convertirse en un pez gordo. Lo más
importante es demostrar vocación para no distraerse de los sueños. “Que yo
recuerde, desde que tuve uso de razón, siempre quise ser un gánster”, confesaba
Henry Hill, que empezó como chico de los recados.
No
importa si careces de valores y conocimientos deportivos. Eso es bazofia. Si
hubieses querido jugar al fútbol, o tener buenos modales, te hubieses apuntado
a clases nocturnas. Pero nadie se hace pez gordo metiendo goles. Figo lo
intentó, y se rindió a un Blatter que no jugó en el Inter o el Real Madrid,
pero a cambio le encendía los puros a Havelange. En ese ambiente inmundo,
Blatter tomó notas mentales y complementó las formalidades y, como si la
corrupción fuese sólo una mudanza, ascendió hasta la presidencia del
underground. Me temo que si alguien gastase una broma a toda su cúpula, y les
enviase un telegrama que dijese: “Huye inmediatamente. Se ha descubierto todo”,
muchos abandonarían la ciudad esa noche, aunque no supiesen por qué.
Desde
ahí arriba, entre el caos y el fango, Blatter gobierna el fútbol como los compositores
que sólo trabajan a gusto si tienen la mesa llena de partituras tachadas,
cigarros muertos y gatos. Le tomó gusto a mezclarlo todo: dinero, sexo,
política, fútbol. Presidir la FIFA, en el fondo, es dar vueltas a ese caldito.
Llega una noche que no distingues qué es cada cosa. La confusión está
clarísima. En Galicia tuvimos un concejal que los martes y los jueves dormía en
dependencias del Club Ladys, y el resto de la semana en su casa. Cuando se
despertaba, se volvía hacia el otro lado de la cama y tenía que preguntar:
“¿Dónde estamos?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario